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Campo de Daroca FINES DE SEMANA Jiloca

Gallocanta y Daroca, naturaleza y arte por descubrir

A caballo entre las provincias de Zaragoza y Teruel está el valle del Jiloca, donde se emplaza la ciudad de Daroca, y la cuenca endorreica de la Laguna de Gallocanta. Dos lugares de gran interés; el primero por contar con un conjunto urbano de gran valor artístico, y el segundo por ser uno los humedales más importantes de Aragón, con la grulla como protagonista en el periodo invernal.
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Para la jornada del sábado se propone la visita a la Laguna de Gallocanta y su entorno, dejando para el domingo la visita a la monumental ciudad de Daroca. Para aproximarse al entorno de la laguna es necesario tomar la autovía mudéjar, que comunica Zaragoza con Teruel. Debe abandonarse tomando la salida de Daroca. Una vez bordeada la población en dirección a Teruel, parte el desvío que conduce a Molina de Aragón. En 17 kilómetros y tras remontar el pequeño puerto de Santed se alcanza el altiplano elevado a 900 metros de altitud donde se asienta la laguna más grande de España. Se toma dirección a la población de Gallocanta, y una vez atravesado el casco urbano, a las afueras aparece el Centro de Interpretación de la Laguna de Gallocanta. En la recepción hay una oficina de turismo comarcal donde solventar cualquier duda sobre la visita de la zona. En su interior cuenta con varios espacios, el primero de ellos dotado de unas vitrinas con aves disecadas con las cuales se puede conocer de una manera visual los habitantes de este humedal, así como reconocer el sonido de su canto. Otro espacio explica las características de la cuenca endorreica de la laguna y de los humedales cercanos. Y en la planta alta cuenta con un magnífico mirador de la laguna, desde donde poder observar las aves con prismáticos.

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El siguiente punto de la visita permite la primera aproximación a la laguna. Para ello es necesario volver hacia Gallocanta y atravesarla de nuevo. A las afueras de la población hay una chopera rodeada de antiguas huertas, atravesada por un camino que surge junto a las piscinas, a la izquierda.

Más adelante, tras atravesar un arroyo, en una bifurcación se toma el camino de la izquierda. Bordeando la laguna se encamina a la pequeña elevación donde se emplaza la Ermita de la Virgen del Buen Acuerdo. El edificio es el resultado de las reformas a lo largo de siete siglos, partiendo de la fábrica románica. Se conserva el ábside semicircular en la cabecera construido con grandes sillares de piedra. Sobre el presbiterio se alza una discreta torre de planta rectangular. A su alrededor se levantó en la última restauración un cercado con dos espacios abiertos pero cubiertos utilizados en las romerías.

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Para completar la visita de la mañana se propone la visita a Berrueco, situado a cuatro kilómetros de distancia de Gallocanta. En el centro de la localidad se emplaza la iglesia de la Asunción. Un edificio barroco del cual despunta la torre de planta cuadrada en su primer tramo y octogonal de ladrillo en el segundo. La población se originó a los pies de un importante castillo, lo que hizo que se conociese como Castelberrueco hasta 1646. Un pequeño paseo señalizado que parte junto al ayuntamiento, en la parte trasera de la iglesia, permite acceder a la antigua fortaleza. En la actualidad apenas quedan restos de dos torres encaramadas a la roca. Atravesando el recinto, unos metros abajo, hay acondicionado un mirador desde donde poder divisar la laguna por completo. Un lugar privilegiado desde donde se divisa la magnitud de la Laguna de Gallocanta. A pesar de que el nivel de las aguas es muy variable, en el momento de máxima ocupación alcanza una superficie de 14 km2, con siete kilómetros de largo.

Su profundidad es escasa a pesar de sus dimensiones y puede alcanzar tan sólo dos metros y medio, oscilando el medio metro en casi toda su superficie. Por ello se puede considerar como la laguna natural más grande de la Península Ibérica. Sin embargo sus estiajes son severos y puede llegar a secarse por completo. Las características de los materiales donde se asienta la convierten en un humedal de agua salada.

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Para la tarde se propone continuar bordeando el amplio perímetro de la laguna. A cinco kilómetros de la anterior población está Tornos, atravesada por la carretera. Se pasa por la plaza de España, en cuyo centro se levanta el peirón de San Antón. Éste destaca por su monumentalidad, compuesto por un pilar de sección cuadrada decorado con rombos. Se apoya en tres gradas y está coronado por cuatro hornacinas y chapitel bulboso. A escasos metros se encuentra la iglesia de San Salvador.

El edificio barroco terminado en el siglo XVIII se corona con una torre de planta cuadrada y remate ochavado en la parte alta. También es interesante acercarse a la ermita de Nuestra Señora de los Olmos. Poco antes de entrar en la población provenientes de Berrueco, junto a un rústico peirón parte una pista. Un poco más adelante otro peirón marca el desvío hacia la ermita. Se trata de una curiosa construcción que destaca por su altura. Sobresale su cimborrio octogonal, que se culmina con linterna y chapitel.

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Tras atravesar la población se alcanza otra carretera. Tomando dirección a la derecha se continúa con el recorrido. De nuevo cerca de la laguna aparece el otro centro de interpretación del espacio natural. Un pequeño edificio de dos plantas donde ampliar los conocimientos naturales del entorno. En su exterior cuenta además con un observatorio de la laguna. A unos tres kilómetros se encuentra la población de Bello. Adentrándose en su casco urbano se llega hasta una plaza irregular en torno a la iglesia de la Natividad. Es una construcción gótico-renacentista llevada a cabo en el siglo XVI. La torre, a diferencia de las anteriores, está construida a base de sillería. El último de sus cuatro cuerpos es octogonal y se remata con chapitel piramidal. Un poco más adelante se alza la plaza del ayuntamiento. El edificio del siglo XVII cuenta con tres plantas y se corona con un alero de madera. Y unos metros más adelante otra casa nobiliaria con portalada dovelada enmarcada por un alfiz.

Y el final del día lo pone el atardecer en la laguna de Gallocanta. La visita en el periodo invernal tiene como atractivo poder disfrutar de un gran espectáculo natural. En ese instante el sol desaparece por el horizonte y según los días el cielo se tiñe de colores rojizos. Ese es el momento elegido por miles de grullas para volver a la laguna a pernoctar. Entre los meses de octubre a marzo se repite día a día este espectáculo, en el cual cientos de bandos de ruidosas grullas van acercándose a la lámina de agua, la cual les proporciona un lugar seguro para pasar la noche. Hay dos lugares idóneos para contemplar este fenómeno natural. En la primera parte del invierno es la ermita de la Virgen del Acuerdo, y en la segunda parte el centro de interpretación situado entre Bello y Tornos. Es recomendable asesorarse en los puntos de información para no perderse el gran atractivo de la laguna de Gallocanta.

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Para el domingo se propone la visita a la ciudad de Daroca, situada a unos veinte kilómetros de Gallocanta. Se trata de una de las ciudades más monumentales de Aragón, resultado de doce siglos aglutinando un conjunto de edificios civiles, religiosos y defensivos en armonía con la belleza natural de su emplazamiento. Fue fundada a finales del siglo VIII por los musulmanes dándole el nombre de Daruqa. Alfonso I el Batallador la reconquistó en 1120, convirtiéndose entonces en la plaza fuerte más importante al sur del reino de Aragón. Los habitantes de la ciudad y su entorno disfrutaron de un fuero que les concedía una libertad inimaginable en la Europa feudal de aquella época.

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El punto de partida de la visita es la Puerta Alta, acceso al casco antiguo proveniente de Zaragoza. Fue levantada en el siglo XVI tras el derribo de la anterior por una de las muchas riadas que afectaron a Daroca, asentada en la rambla Fondonera que coincide con el recorrido de la calle Mayor. Desde este punto parte la ruta que recorre parte del perímetro de la muralla, de unos cuatro kilómetros.

Este trayecto tiene una duración de hora y media y se recomienda calzado cómodo ya que transcurre por los montes que cercan la población. El recinto defensivo fue construido por los musulmanes, y reformado después por los cristianos para defenderse primero de ellos y después de los castellanos. A extramuros comienza el recorrido que pasa al lado de la Torre de los Huevos, de planta pentagonal. Junto a la Torre de la Sisa, se adentra en el interior de la ciudad amurallada. Tras un pequeño ascenso se llega al Castillo Mayor. Conserva torreones en mal estado y la Torre del Homenaje. Un poco más arriba, un desvío conduce hasta unas escaleras que descienden hasta la ermita de Nazaret, que tiene la sencilla portada en un muro rocoso en cuyo interior se abre la capilla.  A partir de este punto el lienzo de la muralla se conserva en mejor estado, construida con tapial recubierto de mampostería y argamasa. Tras pasar junto al Torreón del Jaque, comienza el ascenso hasta el punto más alto de la muralla, donde se ubica el Castillo de San Cristóbal.

Está formado por un pequeño recinto amurallado con un gran torreón de mampostería que data del siglo XIV. A la derecha de las antenas de telefonía arranca el descenso vertiginoso atravesando un denso pinar. Más abajo se pasa junto a la Torre del Águila, de la cual resta sólo uno de los muros. Cercana a ésta aparece la Torre de San Valero, de planta circular. Llaman la atención tres curiosas aspilleras para la defensa. El sendero desciende con buenas vistas de la población, como durante todo el recorrido. Finalmente alcanza una calle que atraviesa el portillo del Arrabal, pequeña puerta de arco de medio punto.

En su entorno la muralla ha sido reconstruida en ladrillo con franjas escalonadas de esquinillas, coronada con almenas. Sólo resta llegar a la calle Mayor, a los pies de la imponente Puerta Baja. En 1451 se levantaron las dos torres a ambos lados del acceso. Son de planta cuadrangular en sillería y se remataron con merlones escalonados. Entre ellos se abre un arco rebajado sobre el cual se dispone el escudo de Carlos V.

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A escasa distancia de la puerta, fuera del recinto amurallado, está la Fuente de los Veinte Caños que fue construida en el año 1639. Se trata de una fuente monumental cuyo frontal se divide en pilastras decoradas con el escudo de la ciudad en la parte central. El recorrido turístico se adentra en la ciudad por la calle Mayor. En él no faltan edificios señoriales de empaque que manifiestan la importancia de sus habitantes durante la historia, que se alternan con otros que conservan el aspecto medieval de antaño. A mitad de calle se encuentra la oficina de turismo, en la cual completar la información sobre el recorrido por la ciudad así como de los edificios visitables. Un poco más adelante se accede a la plaza de España, un gran espacio que acoge a la Colegiata de Santa María y al Almudí. Este edificio es también conocido como Casa de los Soportales, por el porche con pilares de piedra y zapatas de madera de su parte inferior.

La Colegiata de Santa María tiene sus orígenes en la obra románica de finales del siglo XII construida sobre la antigua mezquita mayor musulmana. De esta época se conserva en la actualidad el ábside semicircular, ocupado por la capilla de los Corporales. La leyenda del milagro de los Corporales se remonta al tiempo de la reconquista de Valencia. En 1239 las tropas cristianas antes de la toma del castillo de Chía celebraron misa. Sin embargo un ataque inesperado hizo interrumpir el acto litúrgico. Después de sofocarlo las seis hostias preparadas para la comunión aparecieron ensangrentadas. La propiedad de aquella prueba del milagro fue disputada y finalmente se dejó que una mula decidiese en su marcha la elección del destino, siendo Daroca hasta donde llegó. Desde entonces generó muchísima devoción y cuenta con una capilla propia donde se guardan las reliquias. Cuenta con un retablo de decoración gótico-flamígera de gran belleza. En siglo XV se erige la actual torre tras cubrir la anterior de ladrillo proveniente del alminar de la mezquita.

Está formada por dos cuerpos de sillería que se rematan con almenas y merlones. En esta época también se termina la Puerta del Perdón. Se trata de una portada gótica compuesta por arcos ligeramente apuntados. Sobre el acceso, el tímpano que representa la escena del Juicio Final. A finales del siglo XVI se lleva a cabo la reforma más importante, en la cual se reestructura todo el interior de la colegiata. Se construyen tres naves de igual altura cubiertas con bóvedas estrelladas. Ante el altar se levanta un gran baldaquino inspirado en el de San Pedro del Vaticano. Formado por cuatro las columnas salomónicas de mármol negro que sostienen el baldaquino de madera policromada. El interior se completa con un grupo escultórico de la Asunción tallado en madera blanca. Y finalmente en 1603 se contrata la portada principal, de la cual destaca el cuerpo superior con un gran relieve de los Corporales.

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La visita continua bordeando la colegiata y ascendiendo por la calle Grajera. A escasa distancia se encuentra la Casa del Diablo, que data del siglo XV. En su fachada muestra una ventana ajimezada decorada con dos arcos conopiales. Volviendo sobre nuestros pasos se toma la calle que conduce a la Iglesia de San Juan. Se inició en el siglo XII pero las obras fueron interrumpidas lo cual queda de manifiesto en el exterior de su ábside semicircular. La continuación se llevó a cabo durante el siglo XIII en ladrillo simulando las columnas románicas, con un curioso arco polilobulado en el centro.

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Callejeando se alcanza la iglesia de San Miguel, situada en la parte más alta de la ciudad. Sus orígenes datan de finales del siglo XII. A la primera época pertenecen el ábside y la portada. El ábside semicircular se decora con triples columnas rematadas por capiteles con decoración vegetal. Sobre ellos discurre un friso de arquillos ciegos. La portada está formada por cinco arquivoltas decoradas algunas de ellas con ajedrezado y dientes de sierra. Ya en descenso se pasa junto a la iglesia de Santo Domingo.  Su obra original se remonta al siglo XII. El ábside semicircular es testigo de las diferentes etapas constructivas, pasando a planta poligonal en la parte alta. También la torre muestra su parte inferior en sillería y el resto en ladrillo. Un incendio en el siglo XVIII hizo reconstruir la iglesia decorándola al estilo barroco. Frente al ábside se conserva el Hospital de Santo Domingo. Fue construido entre los siglos XV y XVI. En la parte baja aparecen cegados los arcos pertenecientes a la antigua lonja. El segundo piso muestra dos ventanas ajimezadas. La visita termina de nuevo en la calle Mayor.

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Anento, donde la belleza llueve

Esta localidad zaragozana se emplaza en la comarca de Daroca, siendo limítrofe con la provincia de Teruel. Se sitúa en la cabecera de la rambla homónima, la cual vierte sus aguas en el río Jiloca a la altura de Báguena. Su mayor atractivo es el Aguallueve, un nacedero donde cae el agua a través de la roca toba rodeado de musgos y líquenes. Y la joya artística está en la iglesia parroquial, un retablo gótico de referencia en Aragón.
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La autovía mudéjar facilita el acceso a esta localidad gracias a su emplazamiento, a tan sólo seis kilómetros del eje que vertebra Aragón de norte a sur. Se emplaza a 83 kilómetros de Zaragoza y 100 kilómetros de Teruel. Una vez atravesadas las parameras de Campo Romanos, el paisaje se quiebra y tras una curva cerrada se desciende a la cabecera de la rambla de Anento. Cobijado bajo los escarpes rojizos se haya el casco urbano, junto a la huerta que riega el agua del riachuelo. El primer punto de visita es la oficina de turismo, que se levanta en una plazoleta peatonal junto a la travesía.

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La propuesta para la mañana invita al senderismo, que llevará a conocer uno de los encantos naturales de la localidad. Desde el parque se inicia el paseo con un recorrido circular por el pequeño valle que termina en el paraje conocido como Aguallueve. En el punto de inicio se unen los dos itinerarios que recorren ambas márgenes del cauce. Tomando el que desciende a la vega, y tras cruzar el pequeño arroyo de aguas cristalinas, se toma una senda perfectamente acondicionada. En primer lugar se pasa junto a un peirón mudéjar de bella factura, dedicado a la Virgen del Pilar. La amplia senda se introduce en el valle dejando atrás las huertas mientras que la frondosa vegetación se apropia del espacio delimitado por roquedales. Tras una media hora de cómodo paseo se alcanza una vieja balsa acondicionada como un pequeño estanque, desde donde se canaliza el riego de huertas y campos.

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.En este punto los riscos cierran el valle de manera casi vertical. Este paraje es denominado Aguallueve por la abundancia de agua que mana de las paredes. Varios manantiales atraviesan la roca caliza creando un espectacular relieve kárstico. El agua cargada de sales cálcicas al contacto con la atmósfera precipita dando lugar a carbonato cálcico y formando la roca toba, característica de estas formaciones. En la zona más espectacular se crean oquedades en las que incluso se puede entrar, salvando la lluvia constante que mana de las paredes cubiertas de musgos y líquenes.

Aguallueve
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Después de la visita a este lugar sorprendente, se toma un sendero que asciende de manera cómoda hasta la parte alta de los riscos. Una vez coronados la senda continúa bordeando el barranco en sentido contrario al realizado. El objetivo es alcanzar las ruinas de un torreón celtibérico que data del año 200 a.C. Es también conocido como torreón de San Cristóbal, y de él sólo se conservan los sillares de la parte baja. Sin embargo las vistas de la localidad y del valle justifican este pequeño desvío de un cuarto de hora de recorrido. Ahora sólo resta volver por el mismo itinerario hasta el Aguallueve y tomar el sendero que conduce de vuelta a Anento. La solana de la rambla tiene una vegetación menos frondosa, lo cual permite ampliar las vistas y así disfrutar de los riscos junto a los cuales discurre la senda, en claro contraste con el verdor del fondo del valle y de la margen opuesta.

Antes de alcanzar la población se pasa junto a una fuente que se acompaña de unas mesas que invitan al descanso. Poco después parte una escalinata que conduce al castillo el cual corona la población. El ascenso se realiza de manera cómoda y rápida atravesando un pinar que se acompaña de formaciones rocosas singulares. Ya se sabe de su existencia en el año 1357, momento en que resistió el asedio de los castellanos que llegaron a incendiar la aldea para conseguir el puesto defensivo. Actualmente queda la parte oriental formada por una muralla de treinta metros de longitud coronada con almenas. En el muro se levantan dos torres rectangulares en cuyo interior hay estancias con bóvedas de cañón apuntado. Entre los torreones se abre la puerta de arco semicircular, elevada sobre el foso que antecede al castillo. La fortaleza está situada al borde del monte sustentado por tierras arcillosas, donde se emplaza un mirador con buenas vistas de la vega y del pueblo. El descenso se lleva a cabo por un itinerario diferente, que desciende desde el foso de manera directa al casco urbano. En su trazado el paisaje y la vegetación adorna un recorrido formado por escaleras de piedra de gran belleza. Ya en la población a través del callejón del Pozo se alcanza de manera directa la travesía.

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Para la tarde se propone la visita al casco urbano. Tras el empeño de sus habitantes, en los últimos años el pueblo luce con esplendor su estructura medieval, con calles estrechas que ascienden por la ladera donde se alojan las viviendas que han sido rehabilitadas. En la parte central se alza la iglesia de San Blas. Fue construida durante el siglo XIII, en la época final del románico. En el siglo XV se le añadió la torre de planta cuadrada que se culmina con pequeñas almenas. En su interior el espacio se compone de única nave cubierta con bóveda de cañón apuntado sobre arcos fajones. Cuenta con restos de pinturas murales de estilo franco-gótico de finales del siglo XIII en el ábside. En la cabecera se encuentra la joya artística, su retablo gótico, uno de los más representativos de este estilo de Aragón. Se atribuye a Blasco de Grañén y está fechado entre 1422 y 1459. Está formado por 37 tablas, mostrando las principales a San Blas, la Virgen de la Misericordia y Santo Tomás Becket. Alrededor de ellas otras de menor tamaño muestran escenas narrativas de los mismos. En la parte baja, el sotabanco, se representan imágenes de la Pasión de Cristo.

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Una vez fuera se bordea la iglesia por su parte inferior para poder visitar el atrio correspondiente a la ampliación gótica del templo, cubriendo la portada románica. Se abre al exterior mediante grandes vanos apuntados decorados. Junto a los huertos discurre la calle que conduce al Aguallueve. Un poco más adelante parte la calle Empedrada. Como el resto de la población todas están pavimentadas con piedra, otorgando al pueblo un aspecto rústico. Y las casas completan con sus fachadas pintadas y las flores una belleza que se acentúa en numerosos rincones del pueblo. En la parte central y más elevada se emplaza el mirador de Santa Bárbara. Este espacio compuesto por una plaza que constituye uno de los rincones más bonitos, desde donde se pueden apreciar buenas vistas, rodeado por casas engalanadas con flores por doquier. Entre dos de ellas parte una calle estrecha que conduce a la pequeña ermita de Santa Bárbara, una capilla situada en uno de los rincones más pintorescos de la localidad.

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